Adrián Allemandi

May 17, 2022 · 9m 51s
Adrián Allemandi
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Lo conocí a Adrián de una manera un tanto fortuita. Vino a jugar a uno de los clubes de Sevilla donde yo era el director y nos enfrentamos por primera...

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Lo conocí a Adrián de una manera un tanto fortuita. Vino a jugar a uno de los clubes de Sevilla donde yo era el director y nos enfrentamos por primera vez. Esto fue hace muchísimos años, he perdido la cuenta, pero creo que por lo menos han pasado 19 años.
Adrián, más conocido en el mundo del pádel y en los circuitos de pádel profesionales como Tito Allemandi, era el típico jugador de tenis, rápido, veloz, con tiros muy ajustados y ganadores, pero sin demasiado conocimiento del pádel. Llamativo eran sus golpes cortos, su volea rapidísima, sobre todo de derecha, y sus desplazamientos sigilosos, veloces y, tal cual un tigre, atrapaba a su presa con facilidad.
Quizás no dominaba demasiado las paredes, pero tenía todos los argumentos para convertirse en un jugador de calidad.
Cuando jugamos ese partido amistoso, realmente me sorprendió. Era difícil que no nos conociéramos porque jugábamos bastante entre los profesores y los chicos que jugaban muy bien. Yo ya tenía más de 40 años pero me seguía divirtiendo este deporte maravilloso que es el pádel.
Una noche estaba en la casa de una amiga, suena mi móvil, era Adrián, y casi sin dejarme saludarlo me pregunta: Qué tenés que hacer esta noche Nico?
Dormir, básicamente, le respondí!
Con su clásico tono convincente, me dice: tenés que venir a jugar un torneo conmigo porque mi compañero, Juan José, se lesionó el tobillo jugando al fútbol y no va a poder llegar.
Medio aturdido por el pedido, mirando mi reloj al mismo tiempo que ya eran pasadas las 22, pero a qué hora es el partido?
Es un torneo que se juega en el Puerto de Santa María y el club está a reventar de gente porque es un torneo auspiciado por Crema de Alba.
Él seguía hablando convencido de que yo iría. Mientras Yolanda acercaba su oído a mi móvil para escuchar lo que me decía y, a la vez, asentía con su cabeza para apoyarme en la decisión de aceptar la invitación.
“Hay muy buenas parejas, y me las describía en cuanto a su valor de ranking, aparte los premios son buenísimos, nos van a llevar en limousina cuando ganemos porque el torneo también lo patrocina una discoteca, y entremedio de las pistas hay mucho espacio donde están las promotoras regalando muchas cosas, y no me podés dejar tirado…”
En este punto ya no lo escuchaba, atento a lo que me decía Yolanda que era la que tenía que madrugar al día siguiente.
Hacía un montón de tiempo que no jugaba un torneo. Aparte Adrián, en ese momento, jugaba del revés. Yo tendría que jugar de derecha, por un lado mejor para no tener desgaste físico, pero por el otro lado no era lo más habitual para mí en esos tiempos.
Primer partido bastante placentero, bastante facilito, pero tuvimos que correr un poco, y eso no era nada era pensando que al día siguiente tendría que ir a dar clases por la mañana, por la tarde, y luego, a la noche, volver al Puerto de Santa María a jugar.
Cuando digo por la noche, era muy por la noche, ya que el torneo se jugaba en la madrugada. Jugamos todos los partidos a las 2 o 3 de la mañana, luego ducha, volver a Sevilla, y así cada día.
Sin casi descansar, había que continuar con la rutina de clases, mañana y tarde, en el Club Náutico Sevilla.
Día tras día, desde el lunes, hasta el viernes.
A nivel de juego no me podía quejar, yo pasaba la pelota, generalmente jugando paralelo para que le tiraran a Adri y él se encargaba del resto.
Los partidos se iban poniendo cada vez más duros, a medida que pasábamos rondas, además del cansancio acumulado que era, creo, lo que más desgastaba.
Los cuartos de final del miércoles, las semifinales del jueves, fueron partidos muy equilibrados. Pero yo jugaba con el as de espadas en la manga.
En la final, nos esperaba la pareja número 25 de España, y eso lejos de asustarnos, nos motivaba. La estrategia la teníamos clarísima. Nunca me lo dijo, pero creo que eso lo motivó a pensar que yo podría entrenarlo. Una cosa era como yo jugaba. Otra cosa era lo que yo decía que iba a ocurrir, y ocurría.
Ya a esa altura, nos conocíamos todos, y todos sabíamos por donde se iba a desarrollar el juego.
Ganamos el primer set de la final, relativamente fácil, pero hasta ahí llegaron mis fuerzas. Incluso, íbamos ganando con un quiebre en el segundo set, pero ellos hicieron un esfuerzo extra, nos igualaron y nos ganaron ese set.
Pasé unos 20 minutos de derrota, de cansancio mental y físico, que parecía que todo iba a concluir así.
De a poco fui recuperando mi confianza, y con un Adrián resolutivo en todas las jugadas, retomamos el control del tercer set.
Si antes de este torneo ya tenía muchas esperanzas en él, después de lo vivido a lo largo de estos 5 días, me confirmaron que podía llegar muy lejos. No sabía exactamente hasta dónde podía llegar, pero si me imaginaba que iba a ser muy, muy arriba.
Pudimos ganar. Recuerdo siempre que el jugador que estaba enfrente mío, el de revés, cuando Adrián tiraba un smash sobre su revés, lo devolvía por el centro pero muy alta, muy flotada, sin peso.
“Tranquilo Adri, ya me voy a meter por ahí, cuando la bola sea importante”. Efectivamente, en el match point, ante un nuevo globo, Adrián pegó un smash suave al jugador de revés, la devolvió por el centro, me metí y la gané con la volea de revés por el lado de su reja.
Menciono esto último porque creo que fue lo que lo terminó de convencer para que volviéramos a hablar de que sea su entrenador.
Nuestro problema era encontrar horas libres ya que ambos dábamos muchísimas horas de clases diarias. Además, yo entrenaba un equipo de baloncesto en Olivares, por las noches.
Así que tuvimos que diseñar nuestros entrenamientos en horarios un poco intempestivos. De lunes a viernes en cualquier horario, tipo a la siesta, con lo que eso representaba para mí. Una tortura en el post almuerzo sevillano.
Los sábados por la mañana muy temprano, generalmente a las 7 en Piscinas Sevilla, y luego, ese mismo fin de semana, yendo a entrenar a otras provincias, con el Turu Flores en Xerez, con Fran Iglesias en Jaén, o cualquier torneo en Málaga o Marbella.
Recuerdo un torneo en particular que Adrián ganó en Córdoba, donde de premio nos dieron un pack de 3 helados Magnum. Increíble!
Dos cosas me llamaron la atención: la humildad de aceptar su cambio de lado en la pista y la contracción que tenía para entrenar siempre al 100%.
Ganaba siempre, casi todos los torneos, jugara con quien jugara, pero siempre jugando desde el lado del revés.
Mi primer comentario fue: lo primero que quiero conversar con vos es que tenés que cambiar de lado y pasarte a la derecha. Así vas a conseguir mejores compañeros y podrás ascender más rápido en el ranking.
Una vez explicado el motivo de mi cambio sugerido, no tuvo ningún reparo en ponerse a trabajar desde ese lado de la cancha. Maravilloso.
Valoré muchísimo eso, y lo tomé como un verdadero gesto de confianza hacia mi posición de coach.
Yo sabía que para que pudiera crecer, tenía que encontrar un jugador con mayor experiencia, mejores cualidades técnico tácticas y, también, un ranking superior que lo eximiera de jugar las fases previas de los torneos importantes.
Así comenzó jugando a la derecha. Empezó a ganar confianza. Creciendo como jugador, como pareja, llegando cada vez más lejos, con mejores compañeros, mejores resultados cada semana.
Un día se me acercó para preguntarme si sabía “exactamente” hasta dónde podía llegar a subir.
“Me animaría a decirte que vas a meterte entre los 10 mejores jugadores del circuito”
No sé si lo convenció mi respuesta pero no creo que pueda recriminarse demasiado. Ha dado muchísimo, ha recibido lo suficiente como para ser reconocido como un muy buen profesional. Hoy su nombre recorre las pistas y los clubes del mundo como un sinónimo de esfuerzo, de trabajo y de calidad.
De esto último fui testigo muchas veces. Porque siempre daba lo máximo en cada entrenamiento. Una vez se rompió un dedo por ir a buscar un globo contra el alambre artístico de la cancha del club, Adrián no daba ni una bola por perdida, nunca!
Su esfuerzo siempre ha sido el máximo, y ha llegado a vomitar por ese sacrificio físico y les cuento la última anécdota para ratificarlo. Quizás, ni siquiera él lo sepa o lo recuerde.
Para entrenar su parte física, hacía el test de mi gran amigo el profe Mario Mouche, que consistía en correr a la máxima velocidad posible una determinada cantidad de metros, ida y vuelta, constantemente. Sin bajar la velocidad, con los mismos metros y los mismos tiempos por vuelta.
Adrián se quejaba: “cada vez me esfuerzo más, y estoy más lento, cómo puede ser?”
Yo te sumaba un par de centímetros cada vez que marcaba los metros que tenías que correr.
Cada centímetro que te sumaba, te acercaba más a tu objetivo.
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Author La Libreta de Nico
Organization Rosa Jiménez Cano
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