La democracia liberal presenta una capacidad limitada para crear vínculos de lealtad y cohesión, pese al bienintencionado intento del patriotismo constitucional de Sternberger y Habermas. Su exigencia de abstracción y racionalidad resulta compleja para superar el modelo monista de la tribu y no olvidemos que el cosmopolitismo es la quintaesencia del desarraigo.

Nuestras democracias deben ser capaces de generar nuevos relatos que resulten apasionantes y enrolen ilusionadamente las voluntades de sus miembros.