El fantasma de los Hermanos Restrepo
Jun 15, 2019 ·
2m 30s
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Description
Por muchos años, todos los miércoles en la Plaza Grande de Quito, hacia un plantón don Pedro, un personaje que reclamaba por sus hijos, dos jovencitos que se presume fueron...
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Por muchos años, todos los miércoles en la Plaza Grande de Quito, hacia un plantón don Pedro, un personaje que reclamaba por sus hijos, dos jovencitos que se presume fueron secuestrados, torturados y asesinados por la torpeza de algún mandamás enquistado en la Policía del Ecuador; eran los turbulentos tiempos en Latinoamérica, cuando volaban los espectros del enfrentamiento ideológico que humillaba la argumentación y el debate con la amenaza de los disparos, las explosiones, el caos, la cárcel y la muerte.
Don Pedro se fue de vacaciones con su esposa a casa de unos amigos en la costa ecuatoriana y dejó a sus pequeños en Quito; el más grandecito, no pasaba de diecisiete años, con su hermano menor debían recoger a la pequeña de una fiesta en un trooper (la ley de tránsito en el Ecuador prohíbe la conducción a menores de edad), jamás llegaron a cumplir el afán encargado; el carro apareció, días más tarde, desvalijado y destrozado, pero los cuerpos de los muchachos no aparecieron, solo manaron sartas y sartas de mentiras y engaños.
Los fantasmas emergen –dicen los expertos- de los remordimientos. Ciertamente, será indecible la pena del abandonar a los hijos mientras que los padres pretendían gozar de los placeres de la arena y de las aguas del Pacífico. Seguirá deambulando, cada vez más fantasmagórico, el reclamo “donde están mis hijos”, no solo para purgar el pecado y la mala racha sino para recordarles a todos los padres de familia que no deben abandonar ni descuidar a sus hijos, especialmente en tiempos tenebrosos.
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Don Pedro se fue de vacaciones con su esposa a casa de unos amigos en la costa ecuatoriana y dejó a sus pequeños en Quito; el más grandecito, no pasaba de diecisiete años, con su hermano menor debían recoger a la pequeña de una fiesta en un trooper (la ley de tránsito en el Ecuador prohíbe la conducción a menores de edad), jamás llegaron a cumplir el afán encargado; el carro apareció, días más tarde, desvalijado y destrozado, pero los cuerpos de los muchachos no aparecieron, solo manaron sartas y sartas de mentiras y engaños.
Los fantasmas emergen –dicen los expertos- de los remordimientos. Ciertamente, será indecible la pena del abandonar a los hijos mientras que los padres pretendían gozar de los placeres de la arena y de las aguas del Pacífico. Seguirá deambulando, cada vez más fantasmagórico, el reclamo “donde están mis hijos”, no solo para purgar el pecado y la mala racha sino para recordarles a todos los padres de familia que no deben abandonar ni descuidar a sus hijos, especialmente en tiempos tenebrosos.
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