Espíritu Santo, autor de conversión y comunión

Todo el propósito del Antiguo Testamento se condensa en aquella expresión: "Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios." Ese propósito se realiza en el Nuevo Testamento en la síntesis propia de la palabra COMUNIÓN.

Es el Espíritu Santo el que, derramándose en nuestros corazones, hace posible la comunión con Dios, ante todo, cambiando nuestra manera de ver, de valorar cada cosa.

Según el mundo, los éxitos se miden en términos de ganancias de dinero, fama, poder, prestigio; y los fracasos en términos de sus contrarios; pobreza, fracaso, insignificancia. El Espíritu Santo sabe que esas cosas pueden ser importantes pero no hace de ellas ídolos.

El Espíritu en efecto mide la vida en términos de la gloria divina, la comunión con su amor, la acogida a la gracia, la eficacia del Evangelio, la propagación del amor divino y las disposiciones para la eternidad.