El moralista es aquel que vive una vida moralmente limpia, pero juzga a los demás porque no viven como el piensa que deben vivir. Es moral, bueno, decente, honorable, tiene valores y principios, es disciplinado y vive todo lo que piensa que debe vivir y se comporta como entiende que se debe comportar; es esa persona que es socialmente correcta e incluso religiosamente correcta, es un buen padre y esposo, es un buen vecino, es un buen trabajador, un buen profesional y un ciudadano ejemplar, sin embargo, el apóstol nos dice algo que cae como un balde de agua fría: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo” (2:1). Esta es una manera brillante del apóstol de hacer una transición o como dijeran los músicos una manera brillante de hacer un puente para cambiar de escala, y en esa transición se dirige a la persona que ha escuchado la exposición del estilo de vida pagano y que se siente satisfecha de no ser como “los paganos” y les dice: “… te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo” (2:1). Es como una manera de decirnos que siempre que juzgamos a una persona que no es religiosa nos estamos juzgando a nosotros mismos.