“Yo no le hago mal a nadie”, “Yo no soy tan malo como…”, “Yo intento cumplir siempre con Dios”, “Yo en el fondo no soy tan malo”. “Yo”, siempre “Yo”. esa es la clase de respuestas que siempre tiene un pecador cuando se le suele preguntar por qué no se acerca y vive para Dios.
Son lo suficientemente buenos, no han matado a nadie, ayudan a los pobres; siempre están aduciendo de sus obras para parecer buenos y creen que por ello merecen el cielo y la bendición para que les vaya bien en la vida.
Seguro lees esto y piensas en alguien que huyó hace poco por esa vía del “Yoismo” dejándote con la invitación extendida a vivir piadosamente.
De esto hablaré en el podcast del día de hoy.
Hoy abordaremos una reflexión que muchos han evitado, pero que es fundamental: ¿qué tan buenos somos realmente?
El Salmo 143:2 nos confronta al decir: “…Ante Tí nadie puede alegar inocencia.” ¿Qué significa esto para nosotros, en un mundo donde prevalece la autoafirmación y la idea de "yoismo"? Es una tendencia común escuchar frases como: “Yo no necesito vivir religiosamente porque no le hago mal a nadie”, o “yo no soy tan malo como otros”. Estas frases revelan una comparación constante con otros. Pero, ¿es justo compararnos con otros seres humanos o deberíamos tener un estándar más alto?
Muchas veces, esta autojustificación y este sentirnos buenos viene del mero hecho de compararnos con aquellos que consideramos que están en peor estado moral que nosotros. * Sin embargo, esta es una vara errada. Si nos queremos sentir bien con nosotros mismos, siempre encontraremos a alguien que, bajo nuestra perspectiva, es peor que nosotros. Pero, ¿esto nos hace realmente buenos?
Y es que, aunque desde una perspectiva humana creamos que estamos haciendo acciones buenas, Dios, en su omnisciencia, conoce las intenciones detrás de cada acción. Tal como sucedió con el profeta Samuel al ver a Eliab, (*) Dios mira más allá de las apariencias, escudriña nuestros corazones.
Isaías 64:6 nos recuerda: "Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapo de inmundicia." No es suficiente con cumplir la ley al pie de la letra o con nuestras propias normas morales. Dios ve más allá, escudriña nuestros corazones y conoce nuestras intenciones.
A lo largo de la historia, la moral y la ética han sufrido cambios. (*) Sin embargo, la verdad de Dios permanece inalterable. Debemos preguntarnos, entonces, ¿cómo nos estamos comparando con ese estándar divino y no con los cambiantes estándares humanos?
Jesús mismo nos advirtió en Mateo 5:20: "Les aseguro que, a menos que su justicia supere con mucho a la de los fariseos y maestros de la ley, de ningún modo entrarán en el reino de los cielos."
Queridos oyentes, no podemos alegar ignorancia o falta de conocimiento. El apóstol Pablo nos dice en Romanos que todos sabemos lo que es bueno y lo que es malo. Por tanto, no tenemos excusa.
En resumen, la autojustificación es un camino peligroso. La verdadera justicia y bondad solo se pueden encontrar en una relación auténtica con Dios. Es crucial reconocer nuestra naturaleza pecaminosa y nuestra necesidad de un Salvador.
Para concluir, reflexionemos con Filipenses 3:8-9: "Sí, todo lo demás es insignificante cuando lo comparo con el inmenso valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por su causa he desechado todo lo demás y lo he considerado como basura a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él."
Gracias por acompañarnos en este episodio. Esperamos que estas palabras les hayan brindado una perspectiva más clara sobre nuestra naturaleza y la necesidad de acercarnos a Dios. ¡Hasta la próxima!".
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