Los Estoicos, Audio de Epicteto, Séneca, Marco Aurelio Roger Swidorowicz 2021 #63
LOS ESTOICOS
EPICTETO, SÉNECA, MARCO AURELIO
IV
Verás cómo de la boca de los hombres más influyentes y encumbrados caen
expresiones que dan a entender cómo desean el reposo, cómo lo encarecen, cómo lo
anteponen a cualesquiera otra suerte de bienes. Entretanto, ansían apearse de aquella
altura, si pueden hacerlo con seguridad; porque la fortuna, sin que ningún embate desde
fuera la sacuda ni haga crujir, se rinde a su propio peso7 .
El divino Augusto, a quien los dioses favorecieron con mayor largueza que a
otro mortal alguno, no cesó nunca de desearse el reposo y de pedir la franquía de los
cuidados de la república. Todas sus conversaciones siempre volvían a esta idea fija de
augurarse el descanso; con esta esperanza, aunque ilusoria siempre halagüeña,
consolaba sus cuitas, a saber, que alguna vez iba a vivir para sí. En cierta carta enviada
al Senado en la cual prometía que su ocio no perdería dignidad ni desdiría de su gloria
primera, hallé estas palabras: «Pero estas cosas, más bellas son de hacer que de
prometer; no obstante, el anhelo de este asueto y vocación tan deseada, me impele a
saborear por anticipado un poco de su dulzura prometiéndolo de palabra, ya que la
alegría de la realidad está lejana todavía».
Felicidad tan apetecible se le antojaba el reposo, que ya que no podía gozarlo, se
lo tomaba con el pensamiento. Aquel hombre que veía pendientes de él todas las cosas,
a quien la fortuna hacía árbitro de hombres, de naciones, con ilusión pensaba en aquel
día en que se despojaría de su onerosa grandeza. Sabía por experiencia cuánto sudor y
fatiga costaban aquellos bienes que por todas las tierras resplandecían, y cuán gran
número de cuitas secretas ocultaban. Obligado a empuñar las armas, primero contra sus
propios conciudadanos, luego contra sus colegas, por fin contra sus parientes, había
derramado sangre por tierra y por mar.
Llevado por la guerra a Macedonia, a Sicilia, a Egipto, a Siria, a Asia y a casi
todas las riberas del mundo, dirigió sus ejércitos, ahítos de sangre romana, a guerras
exteriores. Mientras apacigua los Alpes y domeña a los enemigos que se habían
infiltrado a perturbar la paz del imperio, mientras promueve sus fronteras allende el Rin,
el Éufrates y el Danubio, en la misma Roma aguzábanse contra él los puñales de
Murena, de Cepión, de Lépido, de Egnacio y de otros.
No bien se había librado de estas celadas, su hija8 y tantos jóvenes nobles,
ligados a ella por el adulterio como por un juramento, aterrorizaban su ya cascada edad;
7 La idea es, y así lo pone claramente Séneca en boca del coro de mujeres de Micenas (véase su
tragedia Agamenón), que “las grandezas se rinden a su propia pesadumbre y la fortuna sucumbe a
su propia carga”. No hay reposo apacible, “siempre un cuidado sucede a otro cuidado”.
8 Julia, única prole de Augusto, que luego de tres casamientos, y siendo una notoria adúltera, fue
desterrada por su padre a la isla Pandataria por su libertinaje.
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