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Evangelios-041 Las parábolas de Jesús-El buen samaritano

Evangelios-041 Las parábolas de Jesús-El buen samaritano
Mar 4, 2024 · 7m 12s

Jesús a menudo enseñó por medio de parábolas. Estas son historias diseñadas para transmitir una lección. Podemos distinguir una parábola de un relato en el texto bíblico en que los...

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Jesús a menudo enseñó por medio de parábolas. Estas son historias diseñadas para transmitir una lección. Podemos distinguir una parábola de un relato en el texto bíblico en que los personajes de las parábolas no tienen nombre, y queda claro que ilustran situaciones posibles pero no reales.

Cuando sus discípulos preguntaron sobre el uso de las parábolas, Jesús les dio en Mateo 13:10-17 dos propósitos de enseñar a través de parábolas.

En primer lugar, les dijo que las utilizaba para que entendieran el mensaje mejor, pudiendo conectar conceptos con ejemplos.
Y en segundo lugar, enseñaba a través de parábolas para que aquellos que no querían creer no entendieran el mensaje.
Los dos motivos parecen contradictorios a primera vista, pero son complementarios. Vemos que Jesús nunca manipuló a nadie para creer. Su enseñanza era clara para el que buscaba a Dios, y sin embargo la mantenía escondida para aquellos que no lo querían encontrar. De este modo, no estaba añadiendo más culpa en el juicio de aquellos que lo estaban rechazando.

De las parábolas de Jesús nos quedan expresiones que muchos, incluso aquellos que no conocen las Escrituras, reconocen o utilizan en sus conversaciones. Entre ellas está la idea de amar al prójimo o ser un buen samaritano. Comenzaremos el estudio de las parábolas con la parábola del buen samaritano.

Leemos en Lucas 10: “Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” Siendo este hombre un estudioso de la ley de Dios, debía saber lo que esta decía.
“Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.
Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? (Lucas 10:25-28)

Jesús le contestó a su pregunta con esta parábola: Un judío que viajaba a Jerusalén fue asaltado por unos ladrones y dejado malherido al lado del camino. A continuación y sucesivamente, pasaron tres personas. La primera era un sacerdote que iba camino a Jerusalén también. Nos dice el texto que pasó de largo. Probablemente iba a ejercer su función religiosa y no quería ni llegar tarde ni contaminarse de ningún modo. Por la razón que fuera, dejó al pobre tirado y siguió su camino. Más tarde pasó un levita. De igual modo, los levitas participaban en los sacrificios en Jerusalén. No nos dice sus motivos, pero este no se complicó la vida y también pasó de largo.
Un tercer personaje se aproximaba en la distancia. Era un samaritano.
Puedo imaginar a los que estaban escuchando la historia que contaba Jesús en estos momentos. ¡Un samaritano! ¡Este seguro que no pararía! Los judíos y los samaritanos no se llevaban bien.

Sin embargo, Jesús prosiguió: “Este fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.” Incluso nos dice el texto que cuando el samaritano tuvo que marcharse para continuar su camino, le dió un dinero al mesonero para los gastos que este tuviera en el cuidado del herido, añadiendo además: “todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.”

Jesús le preguntó al que había venido a tentarlo: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.”

Claro que con solo hacer misericordia a nuestro prójimo no heredamos la vida eterna. El que vino a probar a Jesús había confirmado que era necesario para heredar la vida eterna “amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo.” En 1 de Juan 4:20 leemos: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”
Cuando no amamos primero a Dios no podemos amar a los que nos rodean.
Podemos amar a aquellos que son amables con nosotros, cuando es conveniente, si no nos incomoda, y si no altera nuestros planes. Pero mostrar misericordia hacia el prójimo cuando cuesta, ahí es donde podemos mostrar verdaderamente el amor de Dios.

Si amamos a Dios, su amor nos da la fuerza para mostrar misericordia. Por lo que 1 de Juan 4 resume este concepto con esta afirmación: El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. Que Dios nos ayude a mostrar Su amor a nuestro prójimo.
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Author David y Maribel
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