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Evangelios-034 Perdón proporcional

Evangelios-034 Perdón proporcional
Feb 22, 2024 · 6m 47s

(Lucas 7:36-50) Nos cuenta Lucas un encuentro de Jesús con un fariseo llamado Simón. Recordemos que los fariseos eran religiosos judíos muy dedicados al estudio y cumplimiento de la ley...

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(Lucas 7:36-50)
Nos cuenta Lucas un encuentro de Jesús con un fariseo llamado Simón. Recordemos que los fariseos eran religiosos judíos muy dedicados al estudio y cumplimiento de la ley y las tradiciones del pueblo judío. Estos se creían mejores que el resto de los judíos, y la mayoría de ellos estaban en contra de Jesús, porque este se estaba presentando a sí mismo como el Mesías, el enviado que los judíos esperaban durante siglos.

Simón invitó a Jesús a comer en su casa, y Jesús aceptó la invitación. Nos dice el texto que “Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.” El texto continúa diciendo: “Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.” Este Simón fariseo sabía quién era la mujer, probablemente una prostituta ¿Cómo conocía Simón a esta mujer? ¿Por qué pudo esta entrar en su casa?, me pregunto.

Simón estaba juzgando a Jesús por dejarle que esta le ungiera los pies con perfume y con las lágrimas de su corazón compungido. Este pensaba que si Jesús era Dios como Él proclamaba, debería saber que esta mujer que estaba ahí no era, según los de alrededor, digna de acercarse a Jesús.

Pero por supuesto que Jesús sabía quien era ella y lo que habría hecho. Recordemos que Jesús es el que conoce los corazones. Por ese motivo, porque sabía lo que él estaba pensando, se volvió a Simón y le dijo: le dijo: “Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?
Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.”

La pregunta era sencilla. Dos personas tenían una deuda y el cobrador había venido a hablar con ellos. Cuando este perdonó las deudas porque ellos no podían pagar, perdonó más a aquel que más debía, y ambos llegaron a estar en paz, sin deber nada. Ambos deberían estar agradecidos por haber sido librados de la deuda, pero el más agradecido era aquel que debía más, porque se le había perdonado más.

Jesús dijo a Simón: “¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.
No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies.”


Jesús enseñó a Simón, que esta mujer estaba mostrando gratitud por el perdón de Dios a un nivel que él no había estado dispuesto a demostrar. Esta mujer sabía que era pecadora, y que Jesús podía perdonarla y librarla de sus ataduras. Simón sin embargo se creía más justo que ella, y por lo tanto no parecía darse cuenta de su necesidad de Dios. Así que no había mostrado el mismo amor hacia Cristo.

Pero Dios ve a cada ser humano como pecador, ya que ninguno es libre de falta. Sin embargo, a diferencia de como nosotros juzgamos los pecados según nos parecen más o menos respetables o aceptables, Dios ve todo pecado como inaceptable, aquellos que nosotros clasificamos como pequeños y los que vemos como aberrantes. Y Él ofrece perdón y liberación de todos ellos.

Aquel que reconoce su pecado y es perdonado, amará mucho, y mostrará agradecimiento por esta liberación. Y aquel que no lo reconoce, no tendrá la oportunidad de disfrutar el perdón, y la paz y el gozo que vienen de haberlo experimentado.

Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, ve en paz.” No la habían salvado sus lágrimas, ni el perfume, sino la fe con la que había llegado a los pies de Jesús.

Había pecado mucho, y Jesús había perdonado todo, porque su perdón es proporcional a nuestro pecado, dejando siempre saldada la deuda. Y a la que mucho se le había perdonado, mucho amó.
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Author David y Maribel
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