Colosenses
Pablo escribió la carta a la iglesia de Colosas desde prisión. Epafras, pastor de la iglesia, había compartido con Pablo lo que el Señor estaba haciendo entre los colosenses. La iglesia estaba creciendo a pesar de la presión que los creyentes recibían de judaizantes y de la influencia de las creencias paganas de la cultura que los rodeaba. Leemos en el primer versículo que Timoteo estaba con Pablo cuando escribió la carta que iba dirigida a aquellos que habían confiado en Cristo y se congregaban en la iglesia de Colosas. Sin embargo, en el capítulo 4 Pablo les dice que debían compartir la carta con los creyentes de Laodicea, y leer ellos la carta que Pablo les había enviado. Algunos creen que la carta que Pablo envió a los Laodicenses era una copia de la misma carta que envió a los Efesios. Existe una copia antigua de la epístola que no tiene el título, indicando posiblemente que otras iglesias también recibieron la carta.
Pablo no había estado en Colosas y no conocía a la iglesia. Había oído de ellos, y en sus oraciones daba gracias a Dios por los creyentes ahí, por la fe que estos tenían y por el amor con que la demostraban. En el capítulo 2 Pablo les dice: “Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro; para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.”
La carta a los colosenses y la carta a los Efesios tienen mucho en común. En ambas encontramos a Pablo dando gracias por los hermanos y orando por ellos, para que pudieran crecer en el conocimiento de Dios y así vivir una vida digna del evangelio.
El apóstol entendía bien que para vivir como Dios quiere, primero tenemos que conocer bien a Dios. Como en la carta a los efesios, la primera parte presenta la doctrina, o lo que llamaríamos la teoría, y la segunda parte nos muestra la aplicación de dicha doctrina.
En el capítulo 1, leemos cómo el Padre nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; y “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. (Colosenses 1:12-14)
En Cristo, estamos completos. Hemos sido perdonados, nuestra deuda anulada; y ahora nuestra vida y esperanza descansan en la plenitud de Cristo, y Él nos completa. En Colosenses 3:4 leemos que “Cuando Cristo, se manifieste, entonces [nosotros] también [seremos] manifestados con él en gloria.”
Basado en esa verdad, Pablo les dice:
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.” (Colosenses 3:1)
Esta plenitud que tenemos en Cristo se manifiesta en una vida nueva, caracterizada por el fruto del Espíritu Santo y demostrada en nuestra relación con otros, comenzando por los de nuestra casa y extendiéndose a aquellos con los que tenemos contacto.
Con la imagen de un cambio de ropa, el apóstol enseña:
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.”
Dios, el cual nos ha ofrecido su perdón, paz y amor, es el que nos capacita para amar a nuestro prójimo. Gracias a Dios por amarnos y completarnos en Cristo.
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