En esta tercera noche y cuarto capítulo, se nos describe como el amor que Nastenka sentía por el joven era, en realidad, la anticipación de su próxima reunión. Cuando el joven no se presentó y la espera resultó en vano, Nastenka se llenó de inseguridad y miedo. Parece que finalmente comprendió que él la amaba y buscaba refugio en su modesto afecto.
El joven llegó a la cita con el corazón rebosante de impaciencia por verla. Nastenka irradiaba felicidad, esperando una respuesta que era el propio exinquilino. Él respondió a su llamado de inmediato. Nastenka había llegado una hora antes que el joven. Al principio, no podía evitar reír, riendo a carcajadas ante cada una de sus palabras. Estuvo a punto de hablar, pero se contuvo. Nastenka le expresó su alegría por no haberse enamorado de ella y la convicción de que, cuando se casaran, seguirían siendo muy cercanos, incluso más que si fueran hermanos.
En ese momento, el joven sintió una tristeza abrumadora, pero, paradójicamente, también una chispa de risa comenzó a burbujear en su interior. Le relató a Nastenka lo que había hecho ese día: primero, entregó la carta, cumplió con sus encargos y visitó a esas personas amables, luego regresó a casa y se acostó.
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Noches Blancas de Fiódor Dostoyevski