Ofrecer garantías es un tema que divide y enfrenta a comportamentalistas (¿y cuál no?), tenemos desde quienes ofrecen garantías de por vida por cualquier servicio, hasta quienes consideran que, puesto que no se puede asegurar que un problema vaya a solucionarse, no es ético ofrecer garantías y desacredita al profesional que lo hace. Ambas posturas suelen mostrar poco conocimiento respecto a lo que significan y cómo se operativizan las garantías en la práctica profesional, pecando de una cierta simplicidad e inmadurez en sus respectivos argumentarios.

Quería hacer este programa desde la primera temporada, pero no encontraba el tono, pues es fácil caer en mostrase a uno mismo como el más listo de la clase, dejando a otros colegas indirectamente como ligeros, poco informados o radicales poco aconsejables. Esa no es mi intención, y cuando caigo en ello, por prisas, enfados o problemas laterales, me sé culpable de deslealtad.

A veces algo me parece bueno, pero la forma de hacerlo que se me ocurre tiene efectos negativos para terceros, efectos que, encima, me hacen quedar como “mejor” que otros, algo que detesto bastante y que va contra mi forma de entender la profesión (y la vida en general) como una red de cooperación y sostén mutuo, también desde el disenso, por extremo que sea, e incluso desde la antipatía personal. En estos casos recurro a pensar en cómo lo haría Ángel, mi dentista.

Ángel no es única ni principalmente un excelente profesional, aunque también es un excelente profesional: le conocí por una colega suya que consideró necesario remitirme a alguien de pericia excepcional.

Puesto que confiar en lo que haría nuestro dentista ante estos dilemas no es algo demasiado ortodoxo, también voy a explicar por qué lo hago. No sé si os podrá interesar u os será de utilidad, pero me apetece hacerlo (además algunos de vosotros le conocéis, aunque no lo sepáis), porque ha sido importante a través de los años para mí.