Los perros ancianos se vuelven invisibles porque no nos ofrecen de manera espontánea las cosas que consideramos características de un perro, de convivir con un perro: es probable que no vengan a saludarnos moviendo la cola, ni se entusiasmen corriendo por el campo ni yendo tras la pelota. Asociamos los perros con la actividad, y no sabemos convivir con un perro que no nos la ofrece, máxime cuando podemos suponer que esta falta de actividad es “natural”, “lógica” e “inevitable”.

Porque atribuimos la reducción de la actividad y la alegría a mermas físicas consecuentes con el envejecimiento, pero normalmente esto solo es el inicio: es al no adaptar sus actividades a su edad, buscar nuevas actividades que pueda disfrutar por completo, cuando el perro anciano inicia su declive hacia la introspección, la postración y la tristeza.

La mayoría de perros ancianos que muestran una actividad extremadamente reducida lo hacen por estados depresivos, que se inician cuando las actividades que se les ofrecen les resultan incómodas, desagradables o, simplemente, ya no las disfrutan. Algunos prolongan y aumentan -hasta su muerte en muchos casos- la pasividad, la desconexión de su entorno familiar y físico, lo que nos resulta fácil atribuir a la edad y dejarlo estar.

Simplemente no vemos la tristeza y el aislamiento de los perros ancianos. La dimensión emocional de su comportamiento se nos oculta bajo su edad, que parece explicarlo todo y justificar nuestra inacción.

Cambiemos eso, ayudemos a nuestros perros mayores a ser felices, evaluemos esa felicidad cada día y asumamos la misión de incrementarla.