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Apocalipsis-184 Hacia la batalla final

Apocalipsis-184 Hacia la batalla final
Sep 14, 2022 · 10m 57s

Hacia la batalla final Nos narra Juan que los 144.000, arpas en mano, cantaban un cántico nuevo delante del trono de Dios  (14:1-3).  Y “los que habían alcanzado la victoria...

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Hacia la batalla final

Nos narra Juan que los 144.000, arpas en mano, cantaban un cántico nuevo delante del trono de Dios  (14:1-3).  Y “los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios, cantaban el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado” (15:2-4).

Y vio Juan a un ángel “que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,” y decía: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.” (14:6-7)

¿Por qué cantaban estos? Un ángel anunció la respuesta: “¡Ha caído Babilonia!” (14:8) Por fin había llegado el momento de la destrucción de Babilonia, nombre simbólico a través de la Biblia para el sistema del maligno. A través de la historia, Babilonia se había referido no solo a la ciudad de los caldeos sino también a Roma y el sistema mundial que establecerá el anticristo. 

Y nos narra Juan diciendo: “Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda.” (14:14)

Había llegado el tiempo de la siega. Era tiempo de hacer justicia sobre la tierra, y el dragón, con todos sus seguidores, tendría que enfrentar la ira santa del Todopoderoso. 

“Del templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro. Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles” (15:6-8).

La primera copa traería la ira de Dios sobre la tierra, causando pestes y enfermedades. La segunda copa sería derramada sobre el mar. El agua de los mares se corromperá y seres marinos morirán. La tercera copa derramará la ira de Dios sobre los ríos; y habrá escasez de agua para todos los seres terrestres. La cuarta copa afectará al sol. Nos dice Juan que el sol aumentará su capacidad de calor. ¿Imaginas que la capa de ozono que tanto luchamos por proteger se abriera? Los efectos serían catastróficos. La quinta copa será derramada sobre el trono de la bestia, y su reino se cubrirá en tinieblas y experimentaran dolores terribles, probablemente causados por las quemaduras solares. Y nos dice Juan que estos que sufrían “no se arrepintieron de sus obras” (16:11). En medio de todo este sufrimiento, los habitantes de la tierra, en lugar de clamar al único que los podría librar de todo esto, dice la Biblia que lo maldecirán.  Podemos preguntarnos si tal ira es apropiada o si el castigo es desmesurado, pero Dios nos da la respuesta.  Recordemos que Dios es el único ser enteramente Justo y por lo tanto su ira también es justa. Leemos en los salmos cómo este castigo es el castigo justo contra aquellos que dieron muerte a los profetas de Dios (Sal. 19.9, 119.137, 145.17).

Vio Juan entonces que el sexto angel derramó su copa en el río Éufrates, y se secó el cauce del río, dejando el camino libre para las tropas que vendrían del oriente para la batalla. Entonces, el dragón, que es Satanás, la bestia que es Anticristo y el falso profeta, con espíritus diabólicos y con señales, persuadirán a ”los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día ante el Dios Todopoderoso” (16:14). Y entonces, en los extensos campos de Armagedón, en tierra de Israel, será derramada la última copa, anunciando la batalla final. 

Hace un tiempo pudimos pasear por Israel, pasando por estas tierras. En el GPS se puede incluso contemplar la inmensa planicie donde se han llevado a cabo guerras en el pasado, y donde la gran batalla de Armagedón tendrá lugar. Nos dice el texto que la séptima copa será derramada por el aire. Juan nos lo narra en pasado, porque está contando aquello que Dios le permitió ver en visión. Dice: “Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra. Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira. Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados. Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande.” Este texto habla de la subida del nivel del mar, de modo que las islas desaparecerán, y habla de desastres naturales que no podrán contenerse. La gran Babilonia futura será derrotada en aquel día, al mismo tiempo que este mundo se enfrenta a su destrucción. 

Todo esto me hace pensar en el gran esfuerzo humano y la cantidad de medios materiales que el ser humano está invirtiendo para “salvar el planeta.” Dios nunca nos pidió que salváramos el planeta, porque sabe que eso va más allá de nuestro poder. Nos pidió que cuidáramos la creación, y cada uno somos responsables por cómo hacemos esto. Pero el sistema mundial sigue realizando esfuerzos fútiles intentando salvar el planeta, y mientras, hemos estado descuidando el estado moral de la población mundial. Cuando Dios envió a Jonás a Nínive, dijo que si se arrepentían, Dios no enviaría el castigo que les había anunciado. En el segundo libro de Crónicas Dios pactó con Salomón diciendo: “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). 

Dios siempre oye al alma arrepentida, mas a los soberbios los resiste, y estos serán humillados. No hay esperanza para Satanás y sus seguidores. El juicio es inminente. Sin embargo, hay esperanza para el individuo; hay una salida para todo aquel que reconoce la autoridad divina y viene a Cristo arrepentido. Dios ofrece gratuitamente una salvación integral que ha costado la vida de su Hijo. Es su deseo que ninguno perezca, y sin embargo, la decisión final es personal para cada individuo. Leemos en el último libro de la Biblia que los habitantes que hayan endurecido sus corazones hasta el final, no tendrán escape, porque han rechazado la gracia de Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, nos dice el mismo apóstol Juan en su evangelio, que el Todopoderoso nos ha dado derecho de ser llamados hijos de Dios. Ante toda esta información privilegiada que Dios nos ha dejado, ¿qué harás tú hoy?
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Author David y Maribel
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