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1Samuel-069 La batalla es del Señor

1Samuel-069 La batalla es del Señor
Apr 14, 2023 · 11m 7s

En el capítulo 16 de 1 de Samuel encontramos por primera vez a David, hijo de Isaí, el cual sería ungido por Samuel en en Belén de Judá. David, el...

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En el capítulo 16 de 1 de Samuel encontramos por primera vez a David, hijo de Isaí, el cual sería ungido por Samuel en en Belén de Judá. David, el menor de ocho hijos era el que se encargaba del cuidado de las ovejas. Cuando Dios desechó a Saúl por su carácter orgulloso y rebelde, le dijo:

“Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó.” (1 Samuel 13:14)

Este príncipe designado, aunque tan solo Samuel lo sabía, sería David. Pero aún no era el momento de que David reinara. A diferencia de Saúl, al cual pudimos conocer poco antes de ser proclamado rey, Dios presenta la vida de David años antes de que fuera proclamado rey, pudiendo nosotros comprobar si en verdad era un hombre conforme al corazón de Dios.

Cuando Samuel llegó a la casa de Isaí, le dijo que venía en paz, para ofrecer sacrificio a Dios, y que todos sus hijos debían estar. Al presentar Isaí a cada uno de sus hijos comenzando desde el mayor, Samuel se mostró impresionado, ya que eran hombres fuertes. Después de todo, el presente rey era un hombre de guerra. Estos podrían tomar su lugar. Mas Dios le fue diciendo, uno a uno, que ninguno de estos era el elegido. Cuando habían pasado siete, y ninguno era el escogido de Dios, Samuel preguntó si tenía más hijos. Y fue entonces que llamaron a David para que viniera de cuidar a las ovejas. David era de buen parecer, pero joven aún, y seguramente no tenía el aspecto imponente que tenían sus hermanos. Pero Dios le dijo a Samuel, este es; úngelo.

Y nos dice el texto que desde aquel día, el Espíritu de Jehová estaba sobre David, y el Espíritu del Jehová se apartó de Saúl, y un espíritu malo le atormentaba. Imagino que había perdido la paz que solo Dios puede dar, y a partir de ese momento, habiendo rechazado a Dios, un espíritu de amargura inundaba su vida.

Como Saúl era atormentado por la amargura y la ansiedad, sus siervos le aconsejaron que se buscara a alguien que tocara para relajar el rey. Curiosamente, como si de casualidad se tratara, David tocaba el arpa, y este siervo del rey había oído de él, así que lo fueron a buscar para que viniera a tocar cada vez que el rey lo necesitara.
El rey estaba contento con la música de David y le proclamó paje de armas entre muchos otros, pero vemos en el siguiente capítulo que cuando el tiempo de la guerra con los filisteos llegó, Saúl aún no conocía personalmente a David.

Los filisteos estaban acampados en tierra de Judá, y los tres hermanos mayores de David estaban en el campamento de los israelitas. Mas los filisteos habían traído a un paladín de Gat llamado Goliat, que era un gigante comparado con los soldados israelitas. Era de imponente apariencia, con una altura de 2,90 y llevaba puesta una cota de malla de 57 kilos de peso, y con una lanza que pesaba casi siete kilos.

No era de extrañar que el ejército de Saúl estuviera paralizado. Los filisteos habían propuesto que uno de los soldados de Israel saliera a pelear contra este soldado. El que ganara de los dos daría la victoria a su ejército.

Fue durante este tiempo, otra vez reitero, como si por casualidad se tratara, que David fue enviado por su padre para llevar provisiones a sus hermanos al campo de batalla. Al llegar David, ya con ganas de formar parte de los valientes de Israel, lo vemos preguntando por sus hermanos y por la batalla. Nos dice el capítulo 17:23-24 que

“Mientras él hablaba con ellos, he aquí que aquel paladín que se ponía en medio de los dos campamentos, que se llamaba Goliat, el filisteo de Gat, salió de entre las filas de los filisteos (…).
Y todos los varones de Israel que veían aquel hombre huían de su presencia, y tenían gran temor.
Y cada uno de los de Israel decía: ¿No habéis visto aquel hombre que ha salido? Él se adelanta para provocar a Israel. Al que le venciere, el rey le enriquecerá con grandes riquezas, y le dará su hija, y eximirá de tributos a la casa de su padre en Israel.”

David, que escuchaba de lejos la conversación, interrumpió para inquirir sobre las condiciones, y les preguntó: “¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?”
Mas su hermano, oyéndole, le insultó diciendo: “¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido.”

Su hermano mayor no lo tenía en gran estima. ¿Quién se creía que era este jovenzuelo para opinar sobre asuntos de guerra? (pensaba él). Mas vemos a David, minimizando la ofensa, y yéndose a indagar sobre el asunto. De modo que llegó a oídos del rey que este chico desafiaba al paladín de los filisteos que estaba provocando al ejército de Dios. Y Saúl lo hizo venir, “Y dijo David a Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo.” Le dijo también a Saúl que él era pastor de las ovejas de su padre; y que cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, él salía tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra David, le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba.. Y le aseguró: “este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente.”

Saúl lo intentó desanimar de ir a pelear con este gigante. Después de todo, este filisteo era un hombre de guerra, y David jamás había luchado. Ni siquiera podía llevar la ropa de guerra con el casco y la coraza, porque nunca lo había practicado. ¿Cómo iba a vencer? Solo la mano de Dios pudo convencer a Saúl de dejar a este chico ir a pelear con Goliat. Recordemos que el que ganara la pelea ganaría la batalla.

Y así David, con su cayado de pastor en una mano, cinco piedras lisas del arroyo en su zurrón, y su honda de pastor, se fue hacia donde estaba el filisteo.

Imagino lo que estaba pasando por la mente del ejército filisteo y el de Israel. ¿De qué iba esta broma? El filisteo comenzó a injuriar: “¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo. Y maldijo Goliat a David por sus dioses.”

“Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, … y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos.” 1 Samuel 17: 45-47

El discurso de David era de amonestación tanto para los filisteos como para los israelitas. Los filisteos menospreciaban a Dios, y lo habían provocado, pensando que este gigante que no temía a Dios podía amedrentar al pueblo de Dios. Pero por otro lado, los israelitas, en lugar de poner su confianza en Dios, habían sido amedrentados. Estaban asustados. El ejército enemigo los superaba, y olvidaban que Dios es el que da la victoria, y no necesita ni espada ni lanza.

¿Se habían olvidado de las batallas que Israel había ganado sin ejércitos? Parece que sí. Ante una situación difícil, habían perdido el enfoque, y estaban atemorizados.

Mas nos cuenta el libro de Samuel: “Y aconteció que cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el filisteo. Y metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró con la honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano.”


Sé que esta historia se ha contado miles de veces, pero vale la pena repasar aquellas cosas que Dios resalta.

1.Dios no mira las apariencias. Él no escoge al más fuerte, ni al más poderoso para ganar las batallas. En múltiples textos leemos que Dios exalta al humilde, y en la escena de Samuel en Belén y la batalla contra Goliat nos ilustra que Dios elige y capacita. No son nuestras habilidades
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Author David y Maribel
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