El filósofo inglés John Stuart Mill decía: “Obra de manera que tu regla de conducta pueda ser adoptada como ley por todos los seres racionales”.
Esta afirmación es totalmente válida para referirnos a la influencia del líder sobre sus colaboradores, y nos remite a la importancia de la conducta personal.
Lo que el líder haga o deje de hacer siempre estará bajo la mirada de quienes le rodean, por tanto el líder debe aprender a escoger su comportamiento. Esto es relativamente fácil si existen principios, reglas claras que nos digan cuáles son conductas aceptables y cuáles no; o también dentro de ciertos parámetros implícitos del contexto cultural u organizacional que no son reglas, pero forman parte de una especie de consenso moral que nos puede guiar.
¿Pero qué pasa cuando no existen ninguna de esas referencias? ¿Qué pasa en las denominadas “zonas grises”? Es decir, áreas de nuestro liderazgo en las que no existen patrones que nos indiquen si lo que estamos haciendo está bien o está mal?
Permítame hablar de tres principios que pueden ayudarnos a escoger nuestras conductas.

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