Los “hombres fuertes”, siempre idolatrados, nada quieren saber de quienes apelan a los dictados de la razón. Sucede así porque la emoción es siempre más fuerte que la razón, porque es fácil para la primera controlar la reflexión. Y es que no somos tan racionales como solemos presumir y, a menudo, construimos argumentos ex profeso para justificar lo que dicta nuestra visceralidad o el simple azar de los acontecimientos.
Los “hombres fuertes”, siempre idolatrados, nada quieren saber de quienes apelan a los dictados de la razón. Sucede así porque la emoción es siempre más fuerte que la razón, porque es fácil para la primera controlar la reflexión. Y es que no somos tan racionales como solemos presumir y, a menudo, construimos argumentos ex profeso para justificar lo que dicta nuestra visceralidad o el simple azar de los acontecimientos.
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