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Como en un espejo

Si en el versículo 19 del primer capítulo el apóstol nos pedía que fuéramos prontos para oír, en el 22 nos deja claro que primeramente debemos prestar oídos atentos y dispuestos a lo que Dios tiene que decirnos. 

Santiago nos reta a desechar inmundicia y recibir la palabra dada por Dios, esto es, la Biblia. Pero no nos reta solo a oírla, sino a ponerla en práctica. Dice: “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.”

Una vez más, Santiago nos recuerda lo fácil que es engañarnos a nosotros mismos, creyendo que estamos bien, cuando en realidad, tenemos un problema. No solo no atendemos al mensaje, sino que nos hacemos maestros a nosotros mismos, proclamando nuestra propia teoría y enseñanza. Esto no es de sabios, y Dios advierte que solo trae condenación. 

Santiago compara al que oye la Palabra y no la hace, con alguien que se mira en un espejo, ve que está despeinado y sucio, y considerando la cruda realidad, se da la vuelta y se marcha sin arreglarse. 

Sin embargo, el versículo 25 nos muestra la mejor opción, esto es, mirarse, ver lo que hay que cambiar, y arreglar estas cosas que hemos percibido al atender a la Palabra. 

Dice: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Bienaventurado, afortunado o dichoso; el que escucha atentamente a la voz de Dios, y no esconde sus problemas detrás de discursos vanos será dichoso, porque estará dejando que Dios obre en él y a través de él. 

Vimos en la reflexión anterior que desacreditamos a Dios cuando abrimos nuestra boca para maldecir a Dios o a otros. El capítulo 3 nos advierte del peligro de usar nuestra lengua inconstantemente, repartiendo bendición ahora y un minuto más tarde derramando inmundicia. 

Del mismo modo, nos dice el capítulo 2 que desacreditamos a Dios cuando hacemos acepción de personas, prefiriendo a unos cuando nos conviene y desechando a otros que nos incomodan. Santiago 2:8-9 dice: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.” ¿Como podemos decir que somos buenos oidores, si al oír de Dios que debemos amar al prójimo y compartir con ellos a Cristo, decidimos quien merece nuestra atención y quien no es digno de esta?


No vale decir que somos buenos oidores cuando no estamos dispuestos a obedecer lo que Dios ha dicho en su Palabra. Si decimos que somos cristiano pero no vivimos según su voluntad, estamos dando mensajes contradictorios. “La fe sin obras es muerta” nos dice Santiago, porque “la fe se perfecciona por las obras”.  Entendamos bien que las buenas obras no nos “cancelan” el pecado, pero debemos dudar de una fe que no se demuestra en la conducta personal. Nuestra vida debe reflejar la imagen de Dios.

La Palabra de Dios es como un espejo que Dios nos ha dejado. Cuando nos ponemos delante de su Palabra Dios nos muestra nuestra condición real, tal como Él nos ve. Tenemos entonces dos opciones; o vamos a Él y dejamos que nos transforme a su imagen, día a día, poco a poco, o nos damos la vuelta, ignorando lo que nos está mostrando, y vamos por nuestro propio camino, endureciendo nuestros corazones y alejándonos de aquel que puede darnos la salvación del alma. 

El espejo en sí no nos cambia, pero sí nos muestra la perfecta imagen del Salvador y nuestras imperfecciones. Nos presenta también el proceso de la transformación. Es necesario que nos miremos cada día en el espejo que Dios ha provisto, para que el Espíritu de Dios nos vaya transformando. En la segunda carta a los Corintios el apóstol Pablo lo expresaba de esta forma:  

“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”

Sigamos adelante, de gloria en gloria, hacia la imagen misma de nuestro Señor. Gracias a Dios por su Palabra y por la obra de su Espíritu en nuestras vidas.
Como en un espejo Si en el versículo 19 del primer capítulo el apóstol nos pedía que fuéramos prontos para oír, en el 22 nos deja claro que primeramente debemos prestar oídos atentos y dispuestos a lo que Dios tiene que decirnos.  Santiago nos reta a desechar inmundicia y recibir la palabra dada por Dios, esto es, la Biblia. Pero no nos reta solo a oírla, sino a ponerla en práctica. Dice: “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.” Una vez más, Santiago nos recuerda lo fácil que es engañarnos a nosotros mismos, creyendo que estamos bien, cuando en realidad, tenemos un problema. No solo no atendemos al mensaje, sino que nos hacemos maestros a nosotros mismos, proclamando nuestra propia teoría y enseñanza. Esto no es de sabios, y Dios advierte que solo trae condenación.  Santiago compara al que oye la Palabra y no la hace, con alguien que se mira en un espejo, ve que está despeinado y sucio, y considerando la cruda realidad, se da la vuelta y se marcha sin arreglarse.  Sin embargo, el versículo 25 nos muestra la mejor opción, esto es, mirarse, ver lo que hay que cambiar, y arreglar estas cosas que hemos percibido al atender a la Palabra.  Dice: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.” Bienaventurado, afortunado o dichoso; el que escucha atentamente a la voz de Dios, y no esconde sus problemas detrás de discursos vanos será dichoso, porque estará dejando que Dios obre en él y a través de él.  Vimos en la reflexión anterior que desacreditamos a Dios cuando abrimos nuestra boca para maldecir a Dios o a otros. El capítulo 3 nos advierte del peligro de usar nuestra lengua inconstantemente, repartiendo bendición ahora y un minuto más tarde derramando inmundicia.  Del mismo modo, nos dice el capítulo 2 que desacreditamos a Dios cuando hacemos acepción de personas, prefiriendo a unos cuando nos conviene y desechando a otros que nos incomodan. Santiago 2:8-9 dice: “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.” ¿Como podemos decir que somos buenos oidores, si al oír de Dios que debemos amar al prójimo y compartir con ellos a Cristo, decidimos quien merece nuestra atención y quien no es digno de esta? No vale decir que somos buenos oidores cuando no estamos dispuestos a obedecer lo que Dios ha dicho en su Palabra. Si decimos que somos cristiano pero no vivimos según su voluntad, estamos dando mensajes contradictorios. “La fe sin obras es muerta” nos dice Santiago, porque “la fe se perfecciona por las obras”.  Entendamos bien que las buenas obras no nos “cancelan” el pecado, pero debemos dudar de una fe que no se demuestra en la conducta personal. Nuestra vida debe reflejar la imagen de Dios. La Palabra de Dios es como un espejo que Dios nos ha dejado. Cuando nos ponemos delante de su Palabra Dios nos muestra nuestra condición real, tal como Él nos ve. Tenemos entonces dos opciones; o vamos a Él y dejamos que nos transforme a su imagen, día a día, poco a poco, o nos damos la vuelta, ignorando lo que nos está mostrando, y vamos por nuestro propio camino, endureciendo nuestros corazones y alejándonos de aquel que puede darnos la salvación del alma.  El espejo en sí no nos cambia, pero sí nos muestra la perfecta imagen del Salvador y nuestras imperfecciones. Nos presenta también el proceso de la transformación. Es necesario que nos miremos cada día en el espejo que Dios ha provisto, para que el Espíritu de Dios nos vaya transformando. En la segunda carta a los Corintios el apóstol Pablo lo expresaba de esta forma:   “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” Sigamos adelante, de gloria en gloria, hacia la imagen misma de nuestro Señor. Gracias a Dios por su Palabra y por la obra de su Espíritu en nuestras vidas. read more read less

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