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Romanos 13 es conocido por muchos como el texto que explica la responsabilidad del cristiano ante las autoridades y Pablo además es bastante claro en su trato del tema. 

Las autoridades han sido establecidas por Dios: Dios ha diseñado un sistema en el que todos tenemos a alguien que ejerce autoridad sobre nosotros. Aún aquellos que se creen que no han de responder a nadie están gravemente equivocados, pues tienen sobre ellos una autoridad mayor. Podemos descansar en que Dios, la máxima autoridad en el universo, no duerme, y está atento a lo que está ocurriendo en nuestro mundo. 

Aunque el principio que encontramos en este texto se puede aplicar generalmente a cualquier autoridad, Pablo aquí está refiriéndose específicamente a dos aspectos de la autoridad, el ámbito de las leyes y el de los impuestos.  En primer lugar, trata sobre las autoridades que están establecidas para que se cumplan las leyes del lugar, como por ejemplo, las fuerzas de seguridad o los jueces. Cuando nos oponemos a los agentes que tienen la labor de animar al orden y castigar la desobediencia, dice el texto que “acarreamos condenación para nosotros mismos.” Hacemos bien en ver a los agentes de seguridad pública como guardianes del bien, que están ahí para protegernos del mal y proveer bienestar. El versículo 3 menciona a los magistrados, los altos mandos, aquellos que establecen las leyes y deciden quién recibe alabanza y quién recibe el castigo. El apóstol Pablo afirma que aquellos que hacen lo correcto no deben temer a las autoridades, pero sí deben temer aquellos que hacen lo malo; por tanto “haz lo bueno, y tendrás alabanza”, concluye el versículo. 

El otro aspecto que Pablo especifica es el de los impuestos. El versículo 5 dice que debemos obedecer lo establecido, no solo para evitar el castigo, sino por motivos de nuestra conciencia. Jesús mismo, cuando se le preguntó si debían pagarse los tributos a César, dijo que sí, que se le diera a César aquello que era de César, pero que no se nos olvidara dar a Dios aquello que es de Dios, refiriéndose a nuestro ser. Es curioso lo fácil que es notar cuando los altos cargos cometen fraudes, violando así los preceptos de Dios, pero al mismo tiempo muchos intentan justificar el incumplimiento de sus propias obligaciones fiscales. No se nos pide que paguemos a hacienda solo si nos parece buen porcentaje o si lo recaudado se emplea bien; se nos pide que cumplamos con nuestras obligaciones fiscales, y punto. Gracias a Dios tenemos oportunidad de votar a nuestros representantes, y debemos ejercer esa responsabilidad, pero debemos respetar el sistema y las normas. Pablo anima a los creyentes a ser ciudadanos ejemplares, no rebeldes ni antisistema. 

Ahora bien, es cierto que podríamos argumentar que muchas veces los que han de hacer justicia no obran justamente según nuestra opinión. Hay países en los que reina la injusticia; hay situaciones en las que parece que se premia el mal o se condena el bien. ¿Qué hemos de hacer los creyentes en estas situaciones? 

Todos tenemos una autoridad superior, y existen cauces legales para apelar las decisiones de las autoridades o denunciar abusos de parte de autoridades deshonestas, porque como ya hemos mencionado, normalmente toda autoridad tiene a alguien por encima de ellos. En las fuerzas de seguridad existe la posibilidad de reclamar, en los juzgados se puede apelar una decisión que nos parece injusta, e incluso el gobierno tiene un congreso y un sistema judicial al que deben dar explicaciones de acciones cuestionables si así se les pide. 

Dios no pide que consintamos el abuso de ninguna autoridad humana, ya sea en el ámbito más familiar o en las altas esferas. Dios es nuestro defensor en última instancia. Podemos ir a las autoridades establecidas por Él directa o indirectamente, y al mismo tiempo siempre podemos llevar a su presencia cualquier injusticia hecha en nuestra contra.

Creo que podemos volver a los principios del capítulo 12 para reaccionar correctamente ante las autoridades, incluso cuando no estemos de acuerdo.  Nos dicen los versículos 17-19: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.”

Si las autoridades hacen lo incorrecto, eso no nos da libertad de hacer aquello que Dios no aprueba. No paguemos mal por mal, sino procuremos la paz con todos. El texto continúa diciendo:

“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” Si consideras que tus autoridades merecen juicio, lleva tus quejas directamente a Dios, el que es la máxima autoridad, y descansa en Su soberanía. Si hay cauces legales que debes seguir, aprovecha las instituciones que Dios ha permitido para protegerte, y deja los resultados al Señor.

Como dice Romanos 12:21, “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.”


Podríamos resumir el mensaje sobre la sumisión a la autoridad en el capítulo 13 con los siguientes versículos: 
“Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.” Romanos 13:8-9

Seamos ciudadanos sabios para discernir el bien del mal, pero mansos para mostrar una ciudadanía ejemplar y responsable.
Romanos 13 es conocido por muchos como el texto que explica la responsabilidad del cristiano ante las autoridades y Pablo además es bastante claro en su trato del tema.  Las autoridades han sido establecidas por Dios: Dios ha diseñado un sistema en el que todos tenemos a alguien que ejerce autoridad sobre nosotros. Aún aquellos que se creen que no han de responder a nadie están gravemente equivocados, pues tienen sobre ellos una autoridad mayor. Podemos descansar en que Dios, la máxima autoridad en el universo, no duerme, y está atento a lo que está ocurriendo en nuestro mundo.  Aunque el principio que encontramos en este texto se puede aplicar generalmente a cualquier autoridad, Pablo aquí está refiriéndose específicamente a dos aspectos de la autoridad, el ámbito de las leyes y el de los impuestos.  En primer lugar, trata sobre las autoridades que están establecidas para que se cumplan las leyes del lugar, como por ejemplo, las fuerzas de seguridad o los jueces. Cuando nos oponemos a los agentes que tienen la labor de animar al orden y castigar la desobediencia, dice el texto que “acarreamos condenación para nosotros mismos.” Hacemos bien en ver a los agentes de seguridad pública como guardianes del bien, que están ahí para protegernos del mal y proveer bienestar. El versículo 3 menciona a los magistrados, los altos mandos, aquellos que establecen las leyes y deciden quién recibe alabanza y quién recibe el castigo. El apóstol Pablo afirma que aquellos que hacen lo correcto no deben temer a las autoridades, pero sí deben temer aquellos que hacen lo malo; por tanto “haz lo bueno, y tendrás alabanza”, concluye el versículo.  El otro aspecto que Pablo especifica es el de los impuestos. El versículo 5 dice que debemos obedecer lo establecido, no solo para evitar el castigo, sino por motivos de nuestra conciencia. Jesús mismo, cuando se le preguntó si debían pagarse los tributos a César, dijo que sí, que se le diera a César aquello que era de César, pero que no se nos olvidara dar a Dios aquello que es de Dios, refiriéndose a nuestro ser. Es curioso lo fácil que es notar cuando los altos cargos cometen fraudes, violando así los preceptos de Dios, pero al mismo tiempo muchos intentan justificar el incumplimiento de sus propias obligaciones fiscales. No se nos pide que paguemos a hacienda solo si nos parece buen porcentaje o si lo recaudado se emplea bien; se nos pide que cumplamos con nuestras obligaciones fiscales, y punto. Gracias a Dios tenemos oportunidad de votar a nuestros representantes, y debemos ejercer esa responsabilidad, pero debemos respetar el sistema y las normas. Pablo anima a los creyentes a ser ciudadanos ejemplares, no rebeldes ni antisistema.  Ahora bien, es cierto que podríamos argumentar que muchas veces los que han de hacer justicia no obran justamente según nuestra opinión. Hay países en los que reina la injusticia; hay situaciones en las que parece que se premia el mal o se condena el bien. ¿Qué hemos de hacer los creyentes en estas situaciones?  Todos tenemos una autoridad superior, y existen cauces legales para apelar las decisiones de las autoridades o denunciar abusos de parte de autoridades deshonestas, porque como ya hemos mencionado, normalmente toda autoridad tiene a alguien por encima de ellos. En las fuerzas de seguridad existe la posibilidad de reclamar, en los juzgados se puede apelar una decisión que nos parece injusta, e incluso el gobierno tiene un congreso y un sistema judicial al que deben dar explicaciones de acciones cuestionables si así se les pide.  Dios no pide que consintamos el abuso de ninguna autoridad humana, ya sea en el ámbito más familiar o en las altas esferas. Dios es nuestro defensor en última instancia. Podemos ir a las autoridades establecidas por Él directa o indirectamente, y al mismo tiempo siempre podemos llevar a su presencia cualquier injusticia hecha en nuestra contra. Creo que podemos volver a los principios del capítulo 12 para reaccionar correctamente ante las autoridades, incluso cuando no estemos de acuerdo.  Nos dicen los versículos 17-19: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.” Si las autoridades hacen lo incorrecto, eso no nos da libertad de hacer aquello que Dios no aprueba. No paguemos mal por mal, sino procuremos la paz con todos. El texto continúa diciendo: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” Si consideras que tus autoridades merecen juicio, lleva tus quejas directamente a Dios, el que es la máxima autoridad, y descansa en Su soberanía. Si hay cauces legales que debes seguir, aprovecha las instituciones que Dios ha permitido para protegerte, y deja los resultados al Señor. Como dice Romanos 12:21, “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” Podríamos resumir el mensaje sobre la sumisión a la autoridad en el capítulo 13 con los siguientes versículos:  “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.” Romanos 13:8-9 Seamos ciudadanos sabios para discernir el bien del mal, pero mansos para mostrar una ciudadanía ejemplar y responsable. read more read less

2 years ago #apelación, #autoridad, #defensa, #dios, #fuerzas, #jueces, #obediencia, #policía, #protección, #seguridad, #sumisión