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Me gustaría poder decir que después del incidente de las codornices, el pueblo de Israel aprendió a confiar en Dios, que entraron a la tierra prometida, y que vivieron felices, y comieron perdices (o codornices), pero por desgracia, no fue así. El resto del libro de Números nos narra múltiples ocasiones de rebeldía de parte de algunos y de parte de todos. Y es que la desconfianza se traduce en queja, la cual lleva a la rebeldía.

Es lógico. Cuando confías en alguien, puedes descansar en la palabra de esta persona. Una vez dudas si esta persona quiere tu bien, o de su capacidad de proveer lo que a ti te conviene, no puedes mostrar agradecimiento por sus acciones porque desconfías. La confianza y la gratitud vienen juntas. Pondré un ejemplo.

Cuando vas a un gimnasio, vas con algún propósito en mente. Si confías en tu entrenador para llevarte a la meta que te propones, cualquier ejercicio, por muy duro que sea, lo recibes con un cierto sentido de gratitud, sabiendo que este es el proceso óptimo para alcanzar tu meta. Pero si en algún momento dejas de creer que tu entrenador te hace sufrir con el propósito de ayudarte a alcanzar la condición física que tanto quieres, dejarás de pensar que el esfuerzo que estás haciendo vale la pena, lo cual hará que tengas mala disposición a la hora de realizar los ejercicios, y al final resultará en que dejarás de ir al gimnasio. Tu fidelidad al entrenamiento dependerá de la confianza que tengas en el entrenador y en el programa.

Pues algo parecido vemos en Números. El pueblo comienza a quejarse porque piensa que Dios no está mirando por los intereses del pueblo. Y es entonces cuando comienzan a quejarse de las provisiones. Para empeorar la situación, y tras la gran plaga que hubo debido a la ingratitud de estas personas, el pueblo cuestiona la autoridad de Dios y de los líderes que Dios ha establecido.

Hoy veremos dos casos de rebeldía. En primer lugar dentro del liderazgo; Aarón y María, los hermanos de Moisés, cuestionan a Moisés como líder del pueblo, porque no parecen contentos con la esposa de Moisés. Esta historia es refrescante, porque vemos que Moisés, al que Dios lo describe como un hombre manso, no intenta defenderse ni acusar a sus hermanos. Es Dios el que, los llama a la puerta del tabernáculo y los reprende por esta queja, explicándoles que ha sido Él el que ha puesto a Moisés como guía del pueblo, y no él a sí mismo. Tras la reprensión de Dios, María nota que lleva sobre sí misma una marca de impureza, la lepra. Al ver esto, Aarón, que al parecer no había sido el que había comenzado todo esto, pide perdón por la insensatez de esta murmuración y ambos él y María reciben perdón y restauración de parte de Dios, aunque María debe llevar la marca de la lepra durante siete días. No volvemos a ver de parte de ellos más queja de la voluntad de Dios para ellos o para Moisés su hermano. La lección había sido recibida y aprendida.

La segunda historia es diferente. Unos capítulos más tarde, en el 16, algunos hombres de Israel se rebelan contra Moisés y Aarón. Nos dicen los primeros versículos del capítulo que Coré, Datán y Abiram, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?”

Cuando Moisés oyó esto, nos dice la Palabra que se postró sobre su rostro. Esto lo vemos a menudo en Moisés. Cuando llegaba una situación difícil, no la intentaba solucionar él, sino que se postraba sobre su rostro para pedir la ayuda de Dios. Moisés aparta entonces a Coré y le reprende. Coré era un levita. Tenía responsabilidades en el tabernáculo al igual que todos los levitas, pero no era de la familia de Aarón, por lo que no era sacerdote. El incienso y las ofrendas las debían ofrecer solo Aarón y sus hijos. Pero Coré deja de apreciar su tarea. Su ingratitud y falta de confianza en la designación de Dios le llevan a la rebeldía, reivindicando su derecho de ofrecer incienso del mismo modo que lo puede hacer Aarón, y no solo él, Coré, sino los que venían con él, Datán, Abiram, y On, que no eran levitas.

¿Cómo sé que tenían ingratitud? Números 16:12-14 dice

“Envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá. ¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel (hablando de Egipto), para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos.”

Son palabras fuertes a un hombre que desde el principio no quería ser el lider del pueblo, y que cada vez que han desobedecido, ha pedido el perdón de Dios a favor del pueblo.
Después de intentar razonar con cada líder de los rebeldes, y habiendo consultado al Señor, les pide que se presenten con sus incensarios al día siguiente. Aarón ofrecería su incienso y ellos el suyo, dejando que Dios juzgara. 250 hombres se presentan con incensarios en rebeldía directa a Dios. Y Dios los castiga, dejando claro que solo Aarón y sus hijos eran los encargados de los sacrificios.

Cuando dejamos a Dios el juicio de un caso, nosotros nos quedamos libres de juicio y no tenemos que buscar reivindicación. Así fue como sucedió. Dios mismo fue el que castigó a los rebeldes, dejando clara la sentencia. Sí, ya sé que para nuestro pensar occidental, estos juicios son muy drásticos. Pero una vez más, no es el hombre el que juzga; Moisés no dicta sentencia. Vemos que es Dios mismo, que conoce nuestro corazón mejor de lo que nosotros podemos llegar a conocerlo jamás. Él no se equivoca cuando hace juicio. No te apresures a juzgar tú y dictar sentencia, porque tú no podrías hacerlo como Dios lo hace. Pero como Moisés, ve y postra tu rostro ante Dios, para que él se encargue de hacer justicia.

Vemos en estos dos ejemplos de queja dos resoluciones diferentes. En el primer caso, Aarón y María se arrepienten cuando Dios les muestra su error. Piden perdón, y hay restauración. En el segundo caso, cuando a los de Coré se les confronta con su error, reaccionan con rebeldía y amargura, con ingratitud y envidia. Y al no haber arrepentimiento, reciben el castigo de la ira de Dios. Cada ser humano tiene que tomar la decisión de lo que va a hacer cuando el Señor le muestra su pecado. Nos dice Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” Encubrir o defender tus faltas no te permitirán prosperar. Pero siempre hay lugar para recibir perdón y restauración cuando podemos aceptar la enseñanza con humildad y gratitud. Que el Señor nos ayude a agradecer la enseñanza y a no insistir en nuestras faltas, para que podamos vivir una vida próspera.
Me gustaría poder decir que después del incidente de las codornices, el pueblo de Israel aprendió a confiar en Dios, que entraron a la tierra prometida, y que vivieron felices, y comieron perdices (o codornices), pero por desgracia, no fue así. El resto del libro de Números nos narra múltiples ocasiones de rebeldía de parte de algunos y de parte de todos. Y es que la desconfianza se traduce en queja, la cual lleva a la rebeldía. Es lógico. Cuando confías en alguien, puedes descansar en la palabra de esta persona. Una vez dudas si esta persona quiere tu bien, o de su capacidad de proveer lo que a ti te conviene, no puedes mostrar agradecimiento por sus acciones porque desconfías. La confianza y la gratitud vienen juntas. Pondré un ejemplo. Cuando vas a un gimnasio, vas con algún propósito en mente. Si confías en tu entrenador para llevarte a la meta que te propones, cualquier ejercicio, por muy duro que sea, lo recibes con un cierto sentido de gratitud, sabiendo que este es el proceso óptimo para alcanzar tu meta. Pero si en algún momento dejas de creer que tu entrenador te hace sufrir con el propósito de ayudarte a alcanzar la condición física que tanto quieres, dejarás de pensar que el esfuerzo que estás haciendo vale la pena, lo cual hará que tengas mala disposición a la hora de realizar los ejercicios, y al final resultará en que dejarás de ir al gimnasio. Tu fidelidad al entrenamiento dependerá de la confianza que tengas en el entrenador y en el programa. Pues algo parecido vemos en Números. El pueblo comienza a quejarse porque piensa que Dios no está mirando por los intereses del pueblo. Y es entonces cuando comienzan a quejarse de las provisiones. Para empeorar la situación, y tras la gran plaga que hubo debido a la ingratitud de estas personas, el pueblo cuestiona la autoridad de Dios y de los líderes que Dios ha establecido. Hoy veremos dos casos de rebeldía. En primer lugar dentro del liderazgo; Aarón y María, los hermanos de Moisés, cuestionan a Moisés como líder del pueblo, porque no parecen contentos con la esposa de Moisés. Esta historia es refrescante, porque vemos que Moisés, al que Dios lo describe como un hombre manso, no intenta defenderse ni acusar a sus hermanos. Es Dios el que, los llama a la puerta del tabernáculo y los reprende por esta queja, explicándoles que ha sido Él el que ha puesto a Moisés como guía del pueblo, y no él a sí mismo. Tras la reprensión de Dios, María nota que lleva sobre sí misma una marca de impureza, la lepra. Al ver esto, Aarón, que al parecer no había sido el que había comenzado todo esto, pide perdón por la insensatez de esta murmuración y ambos él y María reciben perdón y restauración de parte de Dios, aunque María debe llevar la marca de la lepra durante siete días. No volvemos a ver de parte de ellos más queja de la voluntad de Dios para ellos o para Moisés su hermano. La lección había sido recibida y aprendida. La segunda historia es diferente. Unos capítulos más tarde, en el 16, algunos hombres de Israel se rebelan contra Moisés y Aarón. Nos dicen los primeros versículos del capítulo que Coré, Datán y Abiram, tomaron gente, y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo, varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” Cuando Moisés oyó esto, nos dice la Palabra que se postró sobre su rostro. Esto lo vemos a menudo en Moisés. Cuando llegaba una situación difícil, no la intentaba solucionar él, sino que se postraba sobre su rostro para pedir la ayuda de Dios. Moisés aparta entonces a Coré y le reprende. Coré era un levita. Tenía responsabilidades en el tabernáculo al igual que todos los levitas, pero no era de la familia de Aarón, por lo que no era sacerdote. El incienso y las ofrendas las debían ofrecer solo Aarón y sus hijos. Pero Coré deja de apreciar su tarea. Su ingratitud y falta de confianza en la designación de Dios le llevan a la rebeldía, reivindicando su derecho de ofrecer incienso del mismo modo que lo puede hacer Aarón, y no solo él, Coré, sino los que venían con él, Datán, Abiram, y On, que no eran levitas. ¿Cómo sé que tenían ingratitud? Números 16:12-14 dice “Envió Moisés a llamar a Datán y Abiram, hijos de Eliab; mas ellos respondieron: No iremos allá. ¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel (hablando de Egipto), para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos.” Son palabras fuertes a un hombre que desde el principio no quería ser el lider del pueblo, y que cada vez que han desobedecido, ha pedido el perdón de Dios a favor del pueblo. Después de intentar razonar con cada líder de los rebeldes, y habiendo consultado al Señor, les pide que se presenten con sus incensarios al día siguiente. Aarón ofrecería su incienso y ellos el suyo, dejando que Dios juzgara. 250 hombres se presentan con incensarios en rebeldía directa a Dios. Y Dios los castiga, dejando claro que solo Aarón y sus hijos eran los encargados de los sacrificios. Cuando dejamos a Dios el juicio de un caso, nosotros nos quedamos libres de juicio y no tenemos que buscar reivindicación. Así fue como sucedió. Dios mismo fue el que castigó a los rebeldes, dejando clara la sentencia. Sí, ya sé que para nuestro pensar occidental, estos juicios son muy drásticos. Pero una vez más, no es el hombre el que juzga; Moisés no dicta sentencia. Vemos que es Dios mismo, que conoce nuestro corazón mejor de lo que nosotros podemos llegar a conocerlo jamás. Él no se equivoca cuando hace juicio. No te apresures a juzgar tú y dictar sentencia, porque tú no podrías hacerlo como Dios lo hace. Pero como Moisés, ve y postra tu rostro ante Dios, para que él se encargue de hacer justicia. Vemos en estos dos ejemplos de queja dos resoluciones diferentes. En el primer caso, Aarón y María se arrepienten cuando Dios les muestra su error. Piden perdón, y hay restauración. En el segundo caso, cuando a los de Coré se les confronta con su error, reaccionan con rebeldía y amargura, con ingratitud y envidia. Y al no haber arrepentimiento, reciben el castigo de la ira de Dios. Cada ser humano tiene que tomar la decisión de lo que va a hacer cuando el Señor le muestra su pecado. Nos dice Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” Encubrir o defender tus faltas no te permitirán prosperar. Pero siempre hay lugar para recibir perdón y restauración cuando podemos aceptar la enseñanza con humildad y gratitud. Que el Señor nos ayude a agradecer la enseñanza y a no insistir en nuestras faltas, para que podamos vivir una vida próspera. read more read less

about 1 year ago #desconfianza, #dios, #ingratitud, #juicio, #perdon, #queja, #reivindicación, #restauración