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Hebreos-155 De una vez por todas

Hebreos-155 De una vez por todas
Jun 27, 2022 · 8m 14s

De una vez por todas Los capítulos 8-10 de Hebreos profundizan sobre la idea de que nuestro gran sacerdote, Cristo, el cual, como ya hemos visto es nuestro perfecto representante...

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De una vez por todas

Los capítulos 8-10 de Hebreos profundizan sobre la idea de que nuestro gran sacerdote, Cristo, el cual, como ya hemos visto es nuestro perfecto representante ante Dios, no tuvo que ofrecer sacrificios múltiples como lo hicieron los sacerdotes antes que él, sino que ofreció un sacrificio que sería suficiente para abolir la práctica de los sacrificios para siempre. 

¿Cómo fue esto posible? El contenido de estos capítulos es profundo, pero una lectura detenida de estos deja clara la obra de Cristo y cómo pudo, de una vez por todas, resolver el problema entre la humanidad y Dios. 

Desde que el hombre decidió pecar, al desobedecer el mandamiento de Dios, todos, en cualquier momento y cualquier lugar somos culpables de pecado. No hay nadie que haya vivido la vida conforme a los estatutos de Dios y sin fallar en algún detalle. Dios ha proclamado que la paga del pecado es muerte. El pueblo hebreo tenía un sistema de sacrificios que permitía que cada cual pudiera “pagar” del perdón de sus pecados a través del sacrificio de un animal puro. En realidad, la sangre de un animal nunca podría cancelar el pecado, sino que era más bien una representación de la sangre del Cordero de Dios que vendría a quitar el pecado del mundo.  El sacrificio de animales era una práctica que mostraba la necesidad de perdón, pero no era suficiente. Etos sacrificios se debían llevar a cabo vez tras vez, e incluso el sacerdote debía ofrecer primeramente por sus propios pecados. 

Dios había diseñado un tabernáculo donde su pueblo podía ofrecer estos sacrificios y venir a su presencia. En el Pentateuco Moisés describe las instrucciones que recibió de parte de Dios sobre cómo se debía construir el tabernáculo. El capítulo 9 de Hebreos nos describe esta estructura que viajaba con el pueblo hebreo; tenía una zona donde el sacerdote se podía lavar para entrar puro al Lugar Santo. Aquí podían entrar los sacerdotes, después de haberse purificado. Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio” nos dicen los versículos del 3-5. A esta zona solo podía entrar el sumo sacerdote, y este solo una vez al año. Claramente, tenías que ser muy especial para entrar a la misma presencia de Dios, y además prepararte al detalle. 
Cuando los hebreos por fin tuvieron su tierra, el rey Salomón edificó el primer templo, el cual tenía estas mismas secciones. Al Lugar Santísimo, la misma presencia de Dios, solo podría entrar el sumo sacerdote una vez al año, como indica el texto. Dios había establecido este pacto antiguo con limitaciones. De este modo, podríamos apreciar un nuevo pacto que estaba por venir. Hebreos 8 nos dice, “Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.” Este nuevo pacto que Dios había prometido no sería como el pacto que Dios había dado a sus padres en el desierto. Dice el texto que en el nuevo pacto la ley no estaría escrita en tablas, sino grabada en nuestra mente y nuestro corazón. “Y seré a ellos por Dios, Y ellos me serán a mí por pueblo;” dice el versículo 10. Y dice además “Porque seré propicio a sus injusticias, Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.”

A través de la ley podemos reconocer nuestros fallos y nuestra incapacidad de cumplirla completamente y en todo momento. Mas gracias al nuevo pacto, podemos recibir a Cristo en nuestro corazón y recibir el perdón de todas nuestras injusticias de forma que Dios nunca se acuerde de nuestros pecados. 

Siglos más tarde, el gran sumo sacerdote prometido, aquel cuyo linaje no era de la tribu de Leví, el Mesías que podía representar al ser humano de forma perfecta ante Dios, porque era hombre y era Dios, vino a cambiar todo este sistema que conformaba el antiguo pacto. 

Este Jesús por su sangre derramada en sacrificio por nuestros pecados, dice el versículo 9:18 “limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo.”  Según nos dice el capítulo 10, lo que la sangre de los sacrificios a través de los siglos no pudo jamás lograr, Cristo lo consiguió en un solo sacrificio. Por medio de un sacrificio único tenemos la herencia de la vida eterna,“porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Cristo, ha pagado de una vez por todas el precio de nuestra libertad, la limpieza de nuestras conciencias. Ahora somos libres de culpa, no por algo que hayamos hecho nosotras, sino porque Cristo, en el momento de su muerte rasgó el velo de separación entre Dios y el ser humano. Hay acceso al Lugar Santísimo; en Cristo, la puerta está abierta a la presencia de Dios. Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre, y todo el que acepta el sacrificio de Cristo como suyo tiene acceso directo para siempre. Esa es la mejor noticia que nos pueden dar en cualquier momento. 

Por tanto, concluye el capítulo 10, puesto que tenemos esta libertad y tal representante, “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.”

A Él sea la gloria por todos los siglos. Amén. 
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Author David y Maribel
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