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Lucas 18:1-8; 9-14

En el evangelio de Lucas leemos dos parábolas sobre la oración. Nos dice Lucas 18:9 que Jesús, “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:

”Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.

Mas el publicano, (nos dice la historia) estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.”

¿No te llama la atención esta parábola? Seguro que te los puedes imaginar. El fariseo orando en voz alta “consigo mismo”, nos dice el texto, no necesariamente para que Dios lo escuche, sino para que todos sepan lo genial y grande que es, y cómo ninguno de los que están ahí puede compararse con él. Es curioso, porque entendemos la oración como una conversación con Dios, pero este estaba en el templo hablando “consigo mismo”. Además, para exaltarse él, echa abajo a los otros, como nos dice Filipenses 2:3-5 que no hagamos. Para defender su honestidad los llama ladrones, para proclamar su propia justicia los llama injustos, y para anunciar su supuesta moralidad los llama adúlteros. Como resultado de su oración a sí mismo, sus oraciones no pasaron del techo. Dios sabe quién está clamando a Él realmente y a quién le importa más lo que otros crean que lo que sepa Dios.

En contraste, encontramos al publicano en un rincón, mirando hacia abajo porque no se consideraba digno de mirar al cielo, y pidiendo la misericordia de Dios hacia él. Dios sabía que este venía a hablar con Él. Se veía necesitado y venía a buscar la ayuda de su Señor. Y como cada vez que alguien se acerca a Él, Dios presta total atención, otorgándole la eficaz justificación del cielo.

Justo antes de esta parábola, leemos la de la viuda y el juez injusto. Nos narra cómo esta señora va a pedir justicia ante un juez que no tenía temor de Dios; es más, era conocido por su dureza. Esta viuda fue a él a pedir ayuda en múltiples ocasiones, sin recibir su atención. Mas después de un tiempo, este juez injusto, por dejar de oírla, nos dice que atendió su caso y la ayudó.

Con esta historia Jesús les mostró la necesidad de orar sin cesar. Así como la viuda insistió en pedir ayuda en aquello que la afligía, debemos tener fe para ir en oración a buscar ayuda de lo alto. No es que Dios sea como este juez. Dios atiende a las oraciones de aquellos que vienen a Él, y no mira para otro lado. Sin embargo, a menudo estamos dispuestos a ir a rogar a personas para que nos echen una mano con nuestros problemas y olvidamos ir a Dios, el cual está deseoso de ayudarnos y es poderoso para hacerlo.

La oración es un regalo que podemos y debemos disfrutar. Si mi hijo tuviera una necesidad y fuera a otros a pedir ayuda, ¿cómo me sentiría yo al enterarme? Me entristecería pensar que confía en otros más que en mí. Si tenemos verdadera fe en Dios, demostrémosla en oración. El fariseo utilizaba la oración para proclamar su propia grandeza. El publicano reconocía su condición de necesitado, como la viuda, y estaba dispuesto a dejar su orgullo para buscar ayuda ante aquel que realmente podía dársela.

Dejemos a un lado el orgullo y busquemos la ayuda de Dios. Veamos que en nuestras propias fuerzas no llegamos más lejos que el fariseo, y echemos nuestras cargas sobre Dios, porque como nos recuerda 1 Pedro 5:7 “Él tiene cuidado de nosotros.” Seremos así justificados por el Juez Justo cuyo oído está siempre atento a nuestros ruegos.
Lucas 18:1-8; 9-14 En el evangelio de Lucas leemos dos parábolas sobre la oración. Nos dice Lucas 18:9 que Jesús, “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: ”Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, (nos dice la historia) estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.” ¿No te llama la atención esta parábola? Seguro que te los puedes imaginar. El fariseo orando en voz alta “consigo mismo”, nos dice el texto, no necesariamente para que Dios lo escuche, sino para que todos sepan lo genial y grande que es, y cómo ninguno de los que están ahí puede compararse con él. Es curioso, porque entendemos la oración como una conversación con Dios, pero este estaba en el templo hablando “consigo mismo”. Además, para exaltarse él, echa abajo a los otros, como nos dice Filipenses 2:3-5 que no hagamos. Para defender su honestidad los llama ladrones, para proclamar su propia justicia los llama injustos, y para anunciar su supuesta moralidad los llama adúlteros. Como resultado de su oración a sí mismo, sus oraciones no pasaron del techo. Dios sabe quién está clamando a Él realmente y a quién le importa más lo que otros crean que lo que sepa Dios. En contraste, encontramos al publicano en un rincón, mirando hacia abajo porque no se consideraba digno de mirar al cielo, y pidiendo la misericordia de Dios hacia él. Dios sabía que este venía a hablar con Él. Se veía necesitado y venía a buscar la ayuda de su Señor. Y como cada vez que alguien se acerca a Él, Dios presta total atención, otorgándole la eficaz justificación del cielo. Justo antes de esta parábola, leemos la de la viuda y el juez injusto. Nos narra cómo esta señora va a pedir justicia ante un juez que no tenía temor de Dios; es más, era conocido por su dureza. Esta viuda fue a él a pedir ayuda en múltiples ocasiones, sin recibir su atención. Mas después de un tiempo, este juez injusto, por dejar de oírla, nos dice que atendió su caso y la ayudó. Con esta historia Jesús les mostró la necesidad de orar sin cesar. Así como la viuda insistió en pedir ayuda en aquello que la afligía, debemos tener fe para ir en oración a buscar ayuda de lo alto. No es que Dios sea como este juez. Dios atiende a las oraciones de aquellos que vienen a Él, y no mira para otro lado. Sin embargo, a menudo estamos dispuestos a ir a rogar a personas para que nos echen una mano con nuestros problemas y olvidamos ir a Dios, el cual está deseoso de ayudarnos y es poderoso para hacerlo. La oración es un regalo que podemos y debemos disfrutar. Si mi hijo tuviera una necesidad y fuera a otros a pedir ayuda, ¿cómo me sentiría yo al enterarme? Me entristecería pensar que confía en otros más que en mí. Si tenemos verdadera fe en Dios, demostrémosla en oración. El fariseo utilizaba la oración para proclamar su propia grandeza. El publicano reconocía su condición de necesitado, como la viuda, y estaba dispuesto a dejar su orgullo para buscar ayuda ante aquel que realmente podía dársela. Dejemos a un lado el orgullo y busquemos la ayuda de Dios. Veamos que en nuestras propias fuerzas no llegamos más lejos que el fariseo, y echemos nuestras cargas sobre Dios, porque como nos recuerda 1 Pedro 5:7 “Él tiene cuidado de nosotros.” Seremos así justificados por el Juez Justo cuyo oído está siempre atento a nuestros ruegos. read more read less

30 days ago #confianza, #enseñanza, #fariseo, #fe, #jesús, #justificación, #oración, #orgullo, #publicano, #ruegos