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El Trono y el Cordero

¿Has intentado describir algún lugar precioso o alguna experiencia espectacular? Ante tal tarea, a uno le faltan las palabras, e incluso las fotografías que hayas podido tomar se quedan cortas a la hora de reflejar lo vivido. Cuando leemos los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, es difícil imaginar lo que Juan vio. Este intenta describirlo utilizando objetos y sonidos que nosotros podríamos visualizar, pero lo cierto es que cualquier descripción de algo tan extraordinario sería insuficiente para comunicar la experiencia. 

La puerta del cielo se abrió, y Juan oyó una gran voz que le decía: “Sube acá. Y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas” (4:1). 

Juan vio un trono, y a Alguien sentado en el trono. El apóstol no podía describir al que estaba en el trono como uno describe a una persona, porque el ser que vio era indescriptible en términos humanos. Como en las otras ocasiones en que un ser humano pudo ver la gloria de Dios, Juan la describe haciendo referencia a luz y sonido. Nos dice que era semejante a la piedra de jaspe y cornalina; estaba rodeado por un luminosos arco iris semejante en aspecto a la esmeralda; del trono salían relámpagos y truenos y voces. 

En el Antiguo Testamento leemos de varios profetas que tuvieron visiones de Dios, como por ejemplo Moisés, Isaías o Ezequiel. Sus descripciones de la gloria de Dios siempre incluían también la luz y el sonido de su voz. En Lucas 2:9 leemos que la gloria de Dios rodeó de resplandor a los pastores en la primera Navidad, y estos tuvieron gran temor. Grande y potente es el Señor, y su gloria es indescriptible.


Juan continúa describiendo la escena. “Alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas” (4:4). “Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás” (Apocalipsis 4:6). No tenemos claro quienes son estos 24, pero podemos afirmar que representan a Israel en sus doce tribus y a la iglesia de Dios en los doce apóstoles. Entendemos que los cuatro seres vivientes son seres angélicos que están al servicio de Dios. Cabe comentar que la descripción de estos seres se asemeja bastante a la que leemos en el libro del profeta Ezequiel.

Todos estos alababan a Dios sin cesar. Los cuatro seres decían: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir,” y los veinticuatro que estaban en los tronos replicaban haciendo reverencia: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (4:8,11).

Esta escena describe la satisfacción eterna, donde una sola actividad puede traer satisfacción total y perpetua al ser. Como humanos incapaces de sentirnos satisfechos por cualquier actividad disponible aquí en la Tierra, somos propensos a poner en duda que un día podamos alcanzar total satisfacción en la constante alabanza a Dios. Aquellos que  dicen barbaridades como “¡qué aburrido debe ser estar en el cielo!” no tienen ni idea de lo que es la verdadera satisfacción que Dios ha prometido a cada alma que se entrega a Cristo. 

Juan nos dice al principio del capítulo que el que estaba sentado en el trono tenía en sus manos un rollo, escrito por ambos lados, sellado con siete sellos.  Y nos dice Juan que vio “un ángel fuerte que pregonaba a gran voz diciendo: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” Y nos dice que nadie era capaz de abrir el libro, ni aun mirarlo” (5:3). Esto le causó a Juan tanta tristeza que comenzó a llorar. Mas uno de los ancianos en su trono le dijo: “No llores, He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (5:5).

Juan miró y el León de Judá estaba ahí, como el Cordero inmolado. Este contraste entre la fuerza y la compasión de nuestro Salvador Jesucristo es una imagen preciosa. Este Cordero estaba ahí, presente, ante ellos; era el único digno de tomar el libro y abrir los sellos. Cuando hubo tomado el libro, todos los presentes, con arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos, alababan al Cordero diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (5:9).

¿Has notado que nuestras oraciones estarán presentes en esta escena divina? Me fascina notar que “todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (5:8) Estas representan nuestras oraciones. ¿Alguna vez has parado a pensar en tus oraciones como incienso en las copas de oro celestiales? Sigamos honrando a Dios con nuestras oraciones de fe. 

Nos dice Juan que cuando miró, he aquí que había con estos una multitud de ángeles, y todos juntos “decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (5:12).

Por si todo esto fuera poco, además de todos estos que alababan, “todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, (exclamaron): Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (5:13).

¿Puedes imaginar esta escena? Se me ponen los pelos de punta al pensarlo. Cuando el juicio de Dios venga sobre la Tierra, el único digno de dar el primer paso es Cristo. El que proveyó la salvación para los que en él hemos confiado marcará el inicio de los eventos que llevarán al día del Señor. Pero todo aquel que ha confesado a Cristo como Salvador participará de este evento tan especial, donde toda honra y gloria es atribuída al Cordero. Damos gracias por su poder, y damos gracias por su amor redentor. A Él sea toda la gloria ahora y para siempre
El Trono y el Cordero ¿Has intentado describir algún lugar precioso o alguna experiencia espectacular? Ante tal tarea, a uno le faltan las palabras, e incluso las fotografías que hayas podido tomar se quedan cortas a la hora de reflejar lo vivido. Cuando leemos los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, es difícil imaginar lo que Juan vio. Este intenta describirlo utilizando objetos y sonidos que nosotros podríamos visualizar, pero lo cierto es que cualquier descripción de algo tan extraordinario sería insuficiente para comunicar la experiencia.  La puerta del cielo se abrió, y Juan oyó una gran voz que le decía: “Sube acá. Y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas” (4:1).  Juan vio un trono, y a Alguien sentado en el trono. El apóstol no podía describir al que estaba en el trono como uno describe a una persona, porque el ser que vio era indescriptible en términos humanos. Como en las otras ocasiones en que un ser humano pudo ver la gloria de Dios, Juan la describe haciendo referencia a luz y sonido. Nos dice que era semejante a la piedra de jaspe y cornalina; estaba rodeado por un luminosos arco iris semejante en aspecto a la esmeralda; del trono salían relámpagos y truenos y voces.  En el Antiguo Testamento leemos de varios profetas que tuvieron visiones de Dios, como por ejemplo Moisés, Isaías o Ezequiel. Sus descripciones de la gloria de Dios siempre incluían también la luz y el sonido de su voz. En Lucas 2:9 leemos que la gloria de Dios rodeó de resplandor a los pastores en la primera Navidad, y estos tuvieron gran temor. Grande y potente es el Señor, y su gloria es indescriptible. Juan continúa describiendo la escena. “Alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas” (4:4). “Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás” (Apocalipsis 4:6). No tenemos claro quienes son estos 24, pero podemos afirmar que representan a Israel en sus doce tribus y a la iglesia de Dios en los doce apóstoles. Entendemos que los cuatro seres vivientes son seres angélicos que están al servicio de Dios. Cabe comentar que la descripción de estos seres se asemeja bastante a la que leemos en el libro del profeta Ezequiel. Todos estos alababan a Dios sin cesar. Los cuatro seres decían: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir,” y los veinticuatro que estaban en los tronos replicaban haciendo reverencia: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (4:8,11). Esta escena describe la satisfacción eterna, donde una sola actividad puede traer satisfacción total y perpetua al ser. Como humanos incapaces de sentirnos satisfechos por cualquier actividad disponible aquí en la Tierra, somos propensos a poner en duda que un día podamos alcanzar total satisfacción en la constante alabanza a Dios. Aquellos que  dicen barbaridades como “¡qué aburrido debe ser estar en el cielo!” no tienen ni idea de lo que es la verdadera satisfacción que Dios ha prometido a cada alma que se entrega a Cristo.  Juan nos dice al principio del capítulo que el que estaba sentado en el trono tenía en sus manos un rollo, escrito por ambos lados, sellado con siete sellos.  Y nos dice Juan que vio “un ángel fuerte que pregonaba a gran voz diciendo: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” Y nos dice que nadie era capaz de abrir el libro, ni aun mirarlo” (5:3). Esto le causó a Juan tanta tristeza que comenzó a llorar. Mas uno de los ancianos en su trono le dijo: “No llores, He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (5:5). Juan miró y el León de Judá estaba ahí, como el Cordero inmolado. Este contraste entre la fuerza y la compasión de nuestro Salvador Jesucristo es una imagen preciosa. Este Cordero estaba ahí, presente, ante ellos; era el único digno de tomar el libro y abrir los sellos. Cuando hubo tomado el libro, todos los presentes, con arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos, alababan al Cordero diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (5:9). ¿Has notado que nuestras oraciones estarán presentes en esta escena divina? Me fascina notar que “todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (5:8) Estas representan nuestras oraciones. ¿Alguna vez has parado a pensar en tus oraciones como incienso en las copas de oro celestiales? Sigamos honrando a Dios con nuestras oraciones de fe.  Nos dice Juan que cuando miró, he aquí que había con estos una multitud de ángeles, y todos juntos “decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (5:12). Por si todo esto fuera poco, además de todos estos que alababan, “todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, (exclamaron): Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (5:13). ¿Puedes imaginar esta escena? Se me ponen los pelos de punta al pensarlo. Cuando el juicio de Dios venga sobre la Tierra, el único digno de dar el primer paso es Cristo. El que proveyó la salvación para los que en él hemos confiado marcará el inicio de los eventos que llevarán al día del Señor. Pero todo aquel que ha confesado a Cristo como Salvador participará de este evento tan especial, donde toda honra y gloria es atribuída al Cordero. Damos gracias por su poder, y damos gracias por su amor redentor. A Él sea toda la gloria ahora y para siempre read more read less

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