Sigamos la Estrella de Belén... y emprendamos el viaje que nos conducirá al Establo, al humildísimo santuario que Dios eligió para venir al mundo. Y ya frente a Él, descalcémonos y arrodillados de nuestra soberbia, ofrezcámosle humildemente el Incienso de nuestras oraciones, la Mirra de nuestra fragilidad y el Oro de nuestras acciones.